Barbi Arcuschin
NY - Coney Island
Me pasa que se me sale un poco la cabeza, me sube la adrenalina. Veo algo y necesito obtenerlo no puedo parar como si estuviera adentro de una pelicula y encuentro todo el tiempo personajes y relaciones entre sí.
Amor siento en el momento no puedo creer estar vivenciándolo, sería My own movie.
Y ser la propia directora. Como si encontrara mi casting topándome en la calle con personajes de la vida real, en algunos casos sus fashion y unfashion decisiones. Me hacen explotar el celular de imagenes diversas , no solo de colores, sino personas multiraciales, peinados, situaciones, lifestyle, simples y ordinarias donde reina su pasada.
Barbi Arcuschin – Junio 2015
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Federico Paladino
Roma
Comienza con un prólogo en Roma. Compartí dos días con una persona atravesada por un intenso amor imaginario a través de Facebook. Viven en dos continentes diferentes, jamás se encontraron pero en Septiembre ella viaja a Chile a encontrarse con él y volver a su tierra imaginaria. Él es casado, y ella está dispuesta a encontrarse con una verdad. Todo parece pender de un hilo muy delgado. Durante los tres días en la casa
presencié sus momentos de ansias, frustración, felicidad, capricho y sentimiento. No me responde…No sé nada de él. En Roma existe una metáfora del tiempo hermosa en las esculturas rotas o incompletas, sin manos, sin cabezas. El muro del Coliseo quebrado y sostenido o el bronce oxidado de la Fuente de las Náyades, las caras sin rostros de esculturas desconocidas en Villa Borghese.
Hace unos días fui a conocer Sant Angelo D´Alife, un pueblo cerca de Nápoles donde mi abuela paterna nació y vivió hasta los 4 años cuando viajó a la Argentina. Tomé un tren desde Roma a Caianello donde combinaría con un Bus, pero los domingos no hay transporte, así que caminé por la ruta hasta llegar.
Hice un cartel pero nadie se detuvo para llevarme. Pasé por un pueblo donde había una feria de comidas y ropa. Compré un queso caciocavallo, aceitunas y seguí caminando. Junté un limón de una casa y lo agregué al agua de una máquina expendedora.
Pasaba por un pueblo cada 5 km pero sólo paraba a sentarme un momento, comer un poco y sacar fotos. Había algo familiar en este paisaje a diferencia de Roma y sus pinos particulares, pero no tenía que ver con mi abuela ni mis recuerdos de ella. Hace unos días vi una entrevista a Nan Goldin sobre su libro de retratos de niños y explica su interés por esa etapa de la vida anterior a los 4 años porque no existen recuerdos definidos,
y la memoria o el pensamiento están más cerca de otro sitio que de la realidad. Nunca le pregunté a mi abuela sobre su infancia pero sólo mencionaba una canción que le cantaba su madre para tomar los remedios: La medicina e amara, Ja se sa. Mimi la bebe con piacere… Crucé por una tormenta hermosa y después de 21 km en tres horas y media llegué a Sant Angelo.
La sensación familiar era porque me recordaba a la provincia de Córdoba en Argentina donde vive mi madre, hermanas, sobrinos y parte de la familia materna. El cerro y el horizonte de montaña. La vegetación, el aire y la luz. Plantas de Menta y Melisa. Un lugar que representa un hogar para mí. Meine Heimat. A Saudade é uma pedra.
Sant Angelo D´Alife tiene cerca de 2400 habitantes. La misma cantidad que había en 1928 cuando mi abuela viajó. Sólo tiene dos bares, una pizzería, una peluquería, kiosco, tienda de vinos y productos regionales. Pero prácticamente no tiene turismo. Caminaba por las calles con mi cámara y todos interrumpían
su actividad para mirarme pasar. Llegué a la plaza y comencé a fotografiar a unos niños jugando, y hombres de diferentes generaciones en un partido de bochas. Antonio es el campeón del pueblo y tiene cortadas tres falanges de la mano derecha. La mano di Dio, me dijo.
No me gustan mis manos. Siempre quise tener manos más finas y delicadas, de piel lisa. Entre otros intentos de encontrar un vínculo con el pueblo, tomé estas fotos con estos hombres.
Se acercó una mujer y me preguntó por mi visita. Le dije que no tenía ningún hospedaje y me ofreció un cuarto para alquilar. Al dia siguiente conocí a esta familia que me invitó a almorzar y hacer el único paseo turístico hacia un castillo medieval que estaba cerrado ese día. El almuerzo: Spaguetti con tuco, parmeggiana, chorizo, ensalada, queso, torta y café.
El momento del almuerzo y la casa también me recordaron a mi familia en Córdoba. Una casa espaciosa y austeramente renovada, limpia, pisos de cerámicos, cuadros comunes y una decoración simple y desinteresada de estilo. El señor grande dirige la dinámica de la comida, se come en silencio y luego se mira la TV desde el sillón. Yo hacía algunos comentarios para no incomodarme tanto y él me dijo Zitto e mangia.
Mi abuela tenía el pelo muy fino y delicado, y siempre olía a spray Roby. Tenía un color rojizo de tintura y con mis hermanas nos divertía la sensación en las manos de tocarle el pelo cuando estaba sentada en la mesa.
El pasado está debajo de la actualidad. Oculto o cerrado. En Tokyo, nos cuenta W. Herzog en Tokyo-Ga (W. Wender), en Roma bajo tierra y en Sant Angelo D´Alife algunas casas son funcionales sólo en la planta alta. La planta baja por antigua, húmeda e inhabitable queda destinada a un sótano de despensa o simplemente inutilizable. Por fuera son puertas de madera tapeadas y abandonadas libradas a los efectos del tiempo. Imaginé que esta podría haber sido la casa de mi bisabuelo.
El último intento lúdico fue recolectar tierra y llevarla a la Argentina como regalo para mis tías y mi padre. Mi estadía duró un día y medio. En el viaje de tren imaginé estos juegos como intentos de lograr una conexión con este sitio, pero estuve más cerca del presente que del pasado. El contacto con los niños y los ancianos y la constante sensación de estar en Córdoba, en un lugar cómodo y placentero para mí. Tal vez porque esa era la verdadera búsqueda.
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Matheus Chiaratti
São Paulo
São Paulo no es mi ciudad. No nací acá, sino en el interior. Me mudé hace tres años... Mi historia de paseo empieza en el subte cerca de donde vivo yo: Santa Cecília; siempre me llamaron la atención estas imágenes pegadas al vidrio de la estación, acostadas, sin llamar mucho la atención de la gente que pasa siempre corriendo. Son hombres en trajes del comienzo del siglo XX de una tienda famosa de la época, Mappin.
São Paulo en esa época era una ciudad hermosa para vivir, me imagino yo. En en el centro nació la Semana de Arte Moderna de 1922, un momento clave para el arte nacional, donde surgieron artistas importantes: Di Cavalcanti, Tarsila do Amaral, Mario de Andrade, Oswald de Andrade... Todos discutiendo un arte genuinamente brasileiro. Fue un escándalo y una redención.
Seguí mi camino por el subte y me bajé en Anhangabaú, me gusta caminar por ahí, en el corazón de la ciudad, ver a la gente, los edificios, recorrer iglesias antiguas y escondidas, intentar ordenar visualmente el caos según un recorrido propio, subjetivo y sentimental, me acostumbro con los rincones.
Entré en la estación Sé, la más movida de todas las estaciones, lo vi a este señor sentado en el piano público, me encanta que haya un piano público en el atrio de la estación y que la gente lo pueda tocar, escuchar. Fue un momento de silencio en el caos. Ojalá pudiera haberme quedado ahí un rato más, pero debía seguir.
Siempre que puedo voy al MASP, el museo más lindo de São Paulo, para mí. El edificio es un símbolo de la arquitectura moderna brasilera y fue construído por Lina Bo Bardi, una importante arquitecta de los 60. Había una muestra muy interesante de Lucian Freud que me detuvo por toda la tarde.
Ya no sentía el calor que hacía afuera o el ruido de la Avenida Paulista, estaba enclaustrado en una proyección que decía del artista británico y su creación, a veces me perdía en mis pensamientos, en mi vida, en la ciudad o para dónde iría después.
Me fuí sin saber qué camino seguir, caminé un rato más por la avenida, me dolía la cabeza - me quedé parado en mis pensamientos: Qué ciudad es ésta? Qué hago yo acá o para dónde voy? Si hay tanta gente, por qué hay tanta gente sola?
Vi a este chico tocar, una vez más me quedé fascinado por la escena, un fanstama en el medio del tumulto, le saqué una foto y se sonrió, me fui vergonzoso por haberle interrumpido su performance. Salí tímido, casi corriendo, como si estuvieran mirándome desde lejos.
Volví a mi casa caminando, más tranquilo, por las calles más silenciosas, por los árboles grandes de mi barrio, me calmé, me fumé un pucho y saqué la última foto del día, un monolito, casi un monumento silencioso, opaco e infeliz.
Todavía no solucioné mi relación con la ciudad, quizá me falte mucho para decidirme quien soy acá y para dónde voy así tan solo. A veces huyo para los museos y ahí me quedo. A veces prefiero los parques, a veces, los cines. Así sigo.